(Ejercicios de escrituras de los los alumnos en el taller)
Por: Luis Adolfo Mochkopsky
Transcurría Septiembre del '80. Plena primavera,
sol radiante. El cielo estaba totalmente despejado con suaves estelas
blancas. Parecía el reflejo de la camiseta de la selección argentina. El ruido
de las llaves comenzó a sonar en la casa. Aquel niño de tan sólo 5 años despertó sobresaltado acordándose de la
promesa que le había hecho su papá para su cumpleaños. Dio una vuelta en el aire
como si fuera el mejor de los trapecistas, se puso las zapatillas y se fue en busca de la entrada de casa. Mientras corría imploraba que su
padre se haya acordado de el juramento de regalarle la mejor pelota del mundo. Esa tarde jugaban la final del campeonato del Club y él se había comprometido con
sus compañeros a llevar el balón con que se jugaría el gran partido. Esa pelota les iba a traer suerte y además con
ella haría el gol del triunfo. Cuando su papá entró lo miró, le dio el regalo y
mirándolo a la cara le dijo "acá esta lo prometido, ahora espero que con
ella, hagas un gol en el partido de hoy". El niño como un rayo abrió el
envoltorio, y se dio con la sorpresa de que esa pelota era la famosa TANGO '78. Con los ojos
llenos de lágrimas miró al padre y se lanzó a sus brazos dándole las gracias. El padre riéndose agarró la
pelota la tiró al aire, la paró con el pecho y la mató con el empeine del pie
derecho. Cuando tocó el piso, de taquito le pegó suavemente y la Tango rebotó en la pared y
lentamente llegó a las manos del niño. Soltando una carcajada le
dijo que más adelante le mostraría fotos de él con una pelota igual. Miró la pelota y le dio un beso . Luego se paró y le comentó que él había sido campeón del mundo y también goleador. El hijo sin
entender lo que había escuchado comenzó
a hacer pataditas.
Llegó la tarde y se acercaba la hora del
partido. Vivían muy lejos del club. En su habitación el niño comenzó a vestirse,
empezó por las medias y el pantaloncito corto, el cual, al igual que la remera
tenía la número 10. Abajo de la cama tenía unos botines negros que
parecían de charol. Una vez cambiado guardó todo lo que podría necesitar en el bolso y antes de
cerrarlo puso la joya que le había regalado su papá: la pelota. Al salir de su
cuarto pidió al padre que lo llevara a jugar esa final tan esperada en el día de su cumpleaños.
Al llegar al club, el niño estaba tan
concentrado y emocionado por jugar ese partido y por mostrar la nueva pelota a
los compañeros, que se había olvidado el carnet del club, requisito indispensable
para poder jugar el cotejo. Al bajar del auto todos los chicos se acercaron a saludarlo por su cumpleaños y le
preguntaron si le habían comprado la pelota. Él ni lerdo ni perezoso
abrió el bolso, metió la mano y como si tuviera una bandeja deslizó la
pelota por su mano derecha , mientras a
coro, se sintió un "uuuuuhhhhhh, qué buena que está". Uno de los chicos
rápidamente la tomó y le pegó un patadón a la tango que infló la red. Mientras esto sucedía el padre del niño, preocupado por no disponer de la identificación de su hijo y
sabiendo que no podría regresar a su casa por la distancia que había con el
club, les pidió a los organizadores que lo dejaran jugar su hijo. Le contestaron que no se afligiera, puesto que la constancia del
niño era el apellido y que a la vez era un lujo para ellos que él pudiera ver
el partido con todos los padres de los dos equipos. Con timidez agradeció a cada uno de los organizadores y
se sentó esperando que los niños ingresaran a la cancha. Los chicos comenzaron
a entrar al terreno de juego, el pequeño cumpleañero estaba contento de haber cumplido con sus amigos en traer la nueva pelota y poder jugar
la final. Comenzó a concentrarse y a precalentar. Mientras jugaba
con la tango miró a su padre y con el pulgar en
alto lo saludó, como diciéndole, "quedate tranquilo que hoy la descoso" quien con un guiño de ojo contestó el saludo.
El árbitro agarró la pelota y mientras se dirigía
al centro del campo la miraba como trayéndole nostalgia de algún campeonato, la
puso en el círculo y a jugar. Los chicos estaban tan contentos que corrían como
locos detrás de ella y en cada pique que tenía la tango, la seguían con la
mirada fija, como si estuvieran hipnotizados por su belleza. En un momento del
partido la pelota pegó en un jugador y lentamente dejó el campo de juego. Por
coincidencia cae en los pies del papá de Marito quien con suave pegada a tres dedos devuelve la pelota a los
niños. Al instante la gente aplaudío y a la vez le gritaron "qué jugador, pedí
una camiseta y entrá". Con un sonrisa dejó caer su mirada al verde césped. El
partido, continuaba 0 – 0 y faltaban 2
minutos para el final del partido por lo que ya era casi seguro una definición
por penales. Esto tenía intranquilo al cumpleañero. Él recordaba que su papá le había pedido que hiciera un gol en el partido. Además
también le había prometido a sus amigos que con esa pelota lo iba a marcar .En ese
momento, Marito infla el pecho pide la pelota en mitad de cancha y encara hacia el arco, le sale un adversario
y le hace un caño tan increíble, como el
túnel del tiempo, la pelota queda
picando y le sale a cruzar el número seis. En ese momento acaricia la pelota con la
parte interna del botín derecho y le mete un sombrero un sombrero dejándolo
tirado al jugador. Seguía firme hacia el arco adversario,
queriendo cumplir sus promesas. Cuando llegó al semicírculo, hace una finta que
lo deja pagando boleto al número dos. El único escollo que le
quedaba para poder hacer realidad su sueño era el arquero. Éste sale a
trabarlo. Marito empuja la pelota, rebota en el arquero vuelve a
pegarle a él y la tango queda picando en el aire. Parecía que nunca bajaría. El pequeño jugador levanta la planta del pie y empuja la pelota
adentro del arco. Era el gol del triunfo, era el gol de la promesa , era el gol
del campeonato. Cuando ingresa la pelota, Marito abre sus brazos y grita el
golazo buscando a su padre para abrazarlo y decirle que sabía que
esa pelota le iba a traer suerte. En ese momento las personas que estaban en el
encuentro murmuraban y se reían, mientras decían, lo parecido que había sido el
gol a esa final del '78. Después el árbitro hizo sonar el silbato marcando la
finalización del partido y todos sus compañeros corrieron como locos de
contentos por el campeonato obtenido. El cumpleañero, había cumplido
con la promesa de hacer un gol. En el momento de entregar el trofeo se le pidió
al papá de Marito que lo hiciera, en reconocimiento al golazo que había
realizado su hijo y por lo que él representaba en el deporte.
Después de tanto festejos, y de dar la vuelta
olímpica los niños comenzaron a retirarse sin antes saludar nuevamente al
cumpleañero. Marito, puso la pelota entre sus manos, subió al auto con su papá
y volvieron a casa. Cuando pasaron por la cancha de River, el papá
de Marito, le señaló al niño que en esa cancha él también había hecho un gol
decisivo y en una final del mundo y muy parecido al que él acababa de hacer, y
encima había sido con la misma pelota
que le había regalado, la Tango
78. Marito lo miró sin entender nada, por lo que éste
sacó de la guantera del auto, una secuencia de fotos de la revista El Gráfico
en la que decía "Mario Kempes, Campeón mundial 78 ” , mientras corría con los
brazos abiertos en busca del abrazo del flaco Menotti en ese eterno tercer gol
a los Holandeses, tan casual como el festejo de Marito, también en una final y con la misma pelota: la Tango '78.